Por el Norte: Día 4 Zumaia - Guernika
Ivan Blanco
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Cuando una foto dice más que mil palabras ...
Con tal paisaje Ingmar, Don, Robert y yo terminábamos el día anterior de la mejor manera posible, añadiendo la deliciosa cocina vasca como toque final (vuelve al día 3 aquí).
Sin embargo, lo que probablemente es la mayor constante en cualquier Camino, es que es una aventura que te empuja a seguir adelante día tras día. Despertándome por fin a una hora más decente que la habitual, aproveché para hacerle a Robert una de mis foto entrevistas junto con un delicioso desayuno. Tras desearnos el típico "Buen Camino" volví al convento-albergue y le hice también la foto entrevista a la hospitalera Mari. Ya con todo listo, decidí revisar mis frenos ya que uno no funcionaba bien... desgraciadamente, por lo visto, los frenos de disco no son fáciles de regular y mi talento mecánico es probablemente peor de lo que esperaba. Por lo tanto, tuve que recurrir a lo que la mayoría de ciclistas y bicigrinos deberían antes de cualquier gran viaje:
Por suerte, había un taller de bicis en Zumaia y sólo me quedaba empujar mi bici sin frenos hasta allí. Si te interesa saber, los frenos de disco, al contrario de los de aro, tienen un tipo de empuje hidráulico que es lo que hace frotar la pastilla con el disco, en algunos casos, el aire interno o mismo la arenilla pueden acabar bloqueando los frenos... por supuesto, un freno bloqueado no es el tipo de bici ideal para un viaje de 900 kilómetros. Gracias a José, la bici quedó perfecta para el resto de mi viaje y fue una de las mejores decisiones que podía haber tomado.
Listo para arrancar, la mayor parte de mi ruta iba a ser por carretera, pero no sin antes adentrarme un poco por caminos más salvajes. Hasta tal punto, que me encontré con una familia de caballos y me paré a sacarles unas fotos, de repente les picó la curiosidad y empezaron a rodearme... me puse un poco nervioso porque igual venían para defender a su cría, pero parece que les interesaba más mi querida Orbeiña...
Son éste tipo de momentos la razón por las que prefiero ir por senderos naturales, a veces hasta tal extremo que incluso los peregrinos a pie no suelen utilizarlos, como podrás ver en mis próximas entradas... Y bien que hice, ya que más tarde me crucé también con Don e Ingmar, los peregrinos daneses del día anterior y más felices que jamás he conocido, como se puede ver en esta bella imagen:
Con tan buen inicio de jornada y con dos de mis fotos más captivantes del Camino, acabé en Debia para hacer una rápida parada de tortilla y cerveza. Tras un par de vueltas, entré en un bar en el que iba acabar quedándome más de lo pensado. Curiosos por mis cámaras y viaje, los primeros en hablarme fueron Marisa y José Alberto, lo cual acabó en una interestante conversación cinematográfica, ya que hace algunos años habían visitado Santiago para el rodaje de Flor de Santidad. Una historia ambientada en Galicia y basada en una novela de Ramón María del Valle-Inclán, que es uno de nuestros dramaturgos literarios más célebres, que es como nuestro equivalente español a lo que Shakespeare es para la literatura inglesa.
Tras este giro artístico, al poco de irse Marisa y José Alberto, hice otra buen encuentro con Juan Bosco que amablemente me describió las rutas por Debia y cuáles debería tomar. Sin subestimar la amabilidad de otros lugares, Debia se convirtió en uno de los más agradables de todo mi Camino, hasta tal punto que incluso dejándolo hice otro gran encuentro, Josema. Habiéndome parado un momento para comer una barrita energética justo antes de una subida muy muy muy empinada... un coche se paró y el conductor empezó a hablar conmigo. Josema también solía ir en bici por al zona hace unos años, así que me recomendó seguir por la orilla del mar, ya que la ruta por donde pensaba ir era demasiado fangosa y cuesta arriba. De nuevo la coincidencia hizo que estaba justo en frente a una construcción histórica de la que ni siquiera me habría dado cuenta si no fuera por Josema, era un antiguo horno de cal en el que incluso su abuelo solía trabajar, hasta había un cartel que explicaba su funcionamiento y estructura. Lo mejor de lanzarte a la aventura, es que hay amigos e historias detrás de cada esquina, lo que hace viajar una experiencia única, siempre y cuando estés dispuesto a mantener los ojos bien abiertos.
Tener los ojos bien abiertos es siempre bueno, especialmente si te encuentras en el norte de España, porque aquello de lo que me libré en mis primeros días, finalmente tenía que acabar llegando sí o sí... nuestra tan común lluvia del Norte, que me sorprendió en el corazón del País Vasco. Refugiándome en el portal de una casa cercana, aproveché para recargar las pilas y salí a la carretera apenas amainó un poco.
Parecía que el tiempo me anticipaba para la ciudad donde iba dormir ese día, una ciudad que quedó marcada en la memoria histórica y artística de España, siendo la lluvia el reflejo del duelo y estupor que la fatalidad de la guerra marcó a puño en lo que se conoce como: Guernika.
Guernika-Lumo, o lo que queda del fatídico suceso, es un mero reflejo de lo que fue brutalmente utilizado por los nazis y el grupo fascista español como prueba de campo para los bombardeos aéreos durante la Segunda Guerra Mundial. Fue uno de los primeros ataques aéreos contra una población indefensa y con consecuencias tremendamente devastadoras. La indignación y conmoción de la comunidad internacional llegó a todos los niveles. Muchos artistas no quedaron indiferentes ante este cruel acontecimiento, por lo que crearon obras tan simbólicas como el famoso cuadro de Picasso El Guernica, expuesto en el Museo Reina Sofía de Madrid. Esta gigante obra de 3m por 7m, se resume en palabras del propio artista:
Así fue que la historia, símbolos y la meteorología me recibían en Guernika. El primer intento de encontrar cama en el albergue municipal se frustró rápidamente debido al completo de un gran grupo de estudiantes franceses. Gracias a unos peregrinos que tenían un par de guías y números, conseguí llamar, junto a otra peregrina con el mismo problema, a una pensión en el centro. Conocí entonces a Camille de Francia que había estado caminando desde Irún. Estaba cansada y se fue casi directamente a la cama, yo sin embargo, estaba hambriento como un lobo de mis casi 70 kilómetros de ruta:
Por suerte, no he tenido que irme muy lejos para llenar la barriga, justo debajo de la pensión había un bar restaurante donde me zampé un sabrosísimo plato de Codillo al horno con vino vasco. El Codillo viene de las patas del cerdo, en el punto de unión del codo de cada pata, es una carne muy sabrosa y aromática, pero que necesita una cocción de varias horas. Me lo sirvieron con ricas patatas y deliciosos Pimientos de Padrón; producto típico de mi querida tierra gallega.
Amigos de todos los tipos y origen, la tan habitual lluvia del Norte, historia, símbolos, arte y una gran cena como colofón final... eso es otro típico día en el Camino de Santiago, una experiencia que no deja de sorprenderte una y otra vez.