Por el Norte: Día 3 Ulia - Zumaia
Ivan Blanco
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Llegado de nuevo tarde el día anterior y acumulando otro día más de salidas tardías... mi lema estos primeros días de mi Camino del Norte podría ser: sería una persona madrugadora, si la madrugada ocurriera alrededor del mediodía ;)
Para no variar, fui el último peregrino en dejar el albergue pero justo a tiempo para saludar rápidamente a los peregrinos valencianos que me habían salvado la noche anterior. Cabe decir en mi defensa, que con las vistas que ofrece el albergue Ulia sí vale la pena que las sábanas se le peguen a uno un poco más y disfrutar de este magnífico lugar.
Además, ésto me empujó a hablar con Susana y Peio que trabajan allí, animándome a hacer otra de mis foto entrevistas a la que Peio accedió amablemente. El precioso perro del albergue decidió unirse a nosotros, por lo que con todo esto, no había mejor manera de iniciar éste día de la semana, normalmente temido por muchos... mi primer Lunes en el Camino.
Normalmente, en bici es aconsejable empezar el día con una cuesta arriba; terminando el día anterior a los pies de una subida, ya que las fuerzas y energías son más altas. Sin embargo, ésto no quita que es una verdadera gozada descender un precioso bosque y tener como fondo una ciudad tan maravillosa como San Sebastián.
Una vez allí, mi primera tarea era arreglar un error más habitual de lo deseado cuando uno se lanza a largas jornadas en bici... ¡comprarme crema solar!
Tras avituallarme con un par de frutas y refrescos, me puse la tan necesitada crema solar en ésta tercer día soleado que se estaba presentando. A pesar de no haberme zambullido en la tentadora Playa de la Concha, pasé bastante tiempo en San Sebastián disfrutando de la brisa y el encanto de la misma. Hasta tal punto que no la dejé hasta las 2 de la tarde... con tan mala suerte que cuando me iba un viejo amigo se dignó a visitarme de nuevo ... ¡Don Pinchazo! Siendo casi un experto, cambié rápidamente la rueda y me sumergí en el extraordinario espacio natural del Monte Igueldo. Subiendo vi el primer bicigrino en mi Camino del Norte, pero lo perdí y no volvería a verlo. Me crucé con una peregrina alemana que estaba agotadísima de caminar toda la mañana, le pregunté si necesitaba algo y lo único que ansiaba era llegar ya a un albergue. Deseándole un buen Camino, seguí y para mi sorpresa me encontré con los peregrinos de Valencia que me habían salvado el día anterior, con ese pedazo providencial de tortilla (día 2 de mi Camino del Norte). Estaban almorzando, me uní a ellos con una cervecita bien fresca y hablamos sobre nuestro Camino actual y pasados.
Con sólo 20 kilómetros en mi contador, me tocaba recuperar el tiempo perdido de mis típicos despertares tardíos por lo que continué hasta Orio, dónde quería buscar información en la oficina de turismo. Pero siendo España y la hora del almuerzo, la mayoría de tiendas y oficinas suelen estar cerradas (de 14:00 a 16:00 normalmente), especialmente en pueblos pequeños como éste. Con un poco de hambre y sed, y casi las 16:00, pillé un poco de mi jamón y rellené mi depósito de agua. En la fuente del pueblo me crucé con un turista francés que también esperaba a que la oficina de turismo abriera. Fue divertido volver a hablar francés tras unos días de inmersión hispana, pensando que también era un peregrino, era todo lo contrario, más bien otra afición típica de la zona, olas y surf. Mientras hablábamos, una mujer del pueblo nos indicó que la chica de la oficina seguramente estaría aún con su hijo en la escuela. Por lo que cada uno continuamos nuestros caminos y una vez me fui de Orio, me di cuenta de algo que tarde o temprano tenía que ocurrir... Al igual que en mi último Camino, cuando casi pierdo mi móvil, en éste tenía que perder algo de nuevo... mis gafas de sol. Lo bueno es que, no suelo comprar gafas caras y llevaba conmigo un segundo par por si acaso, por lo que seguramente le di una buena alegría a algún niño o vecino de Orio.
La ruta después de Orio era un puro placer para cualquier ciclista o peregrino, las vistas impresionantes y los pueblos con los que uno se cruza hacían aumentar las ganas de viajar y explorar a su punto más alto, como se puede ver con la magnífica Getaria; conocida principalmente por ser la ciudad natal de Juan Sebastián Elcano, famoso por ser el primer explorador en dar la vuelta al mundo, qué buen encuentro para alguien cruzando el Norte de España.
A pesar de la belleza histórica y actual de Getaria, mi destino final del día se encontraba a unos kilómetros más. Tras esta corta jornada de Camino, como se puede ver en mi ruta a continuación, llegué a la encantadora Zumaia para dormir en un albergue de lo más peculiar...
A pesar de las indicaciones, localizar el albergue municipal se estaba conviertiendo en una tarea más complicada que planeado. Algunas personas me decían que solía haber uno, pero que ahora estaba cerrado. El municipal sin embargo, debería estar abierto, pero el año pasado por estas fechas estaba cerrado... así que las dificultades iban aumentando de manera exponencial y la noche ya acechaba... Por suerte, un local vio mi cara de perdido y me ayudó a encontrarlo, de hecho, se encontraba justo a la vuelta de la esquina. Una pequeña puerta casi sin señalizar era la entrada del albergue municipal, el cual resultó ser uno de los más bonitos que jamás me alojé. Hace unos años solía ser un convento; al irse las últimas monjas que lo habitaban, el ayuntamiento de Zumaia se hizo cargo y lo transformó en albergue para peregrinos. Con el suelo y puertas de madera, además de encantador tiene prácticamente de todo: una sala para guardar las bicis, un área común para cocinar y tocar la guitarra, etc. Pero lo mejor de todo, es la hospitalidad de Mari la hospitalera. Su amabilidad y disponibilidad son ejemplares, incluso ofrece un servicio de lavado de ropa y su sonrisa es constante. Es el tipo de albergue que deseas quedarte, con una mezcla de origen histórico y una gran hospitalidad (más información aquí).
Más alegrías estaban por llegar, compartí mi habitación con un peregrino alemán, Robert, que escogió el Camino del Norte como el primero; la mayoría de la gente suele elegir el Camino francés, como fue mi caso el año pasado (puedes verlo aquí). Llevaba caminando unos días con otros dos peregrinos, los daneses Ingmar y Don, padre e hijo, que estaban haciendo el Camino del Norte juntos como ya lo habían hecho antes con el francés. Conectamos rápidamente y tan pronto como acabé mi ducha, seguimos la sugerencia de Mari de ir hasta la zona del Flysch, junto a la ermita de San Telmo y al otro lado del pueblo. No hay forma de describir la emoción de estar ante un paisaje tan bello, tras haber pasado 3 días en bici y con una compañía peregrina de lo más agradable sólo faltaban... las cervezas, que ya estaban pedidas y a punto de ser servidas, ya sólo nos quedaba plasmarnos ante este fantástico paisaje:
Después de semejante experiencia, no hay casi nada que pueda hacerle frente... exceptuando quizás la deliciosa cocina vasca a la que nos lanzamos: txakoli (un vino blanco seco típicamente vasco), unas patatas al alioli (muy bueno, pero aún no conseguí encontrar uno que le gane al que probé en Estella durante mi Camino Francés), una sabrosa cerveza Keler y otras delicias, que completaron otra jornada maravillos en el Camino. Fue el toque final perfecto para cualquier peregrino.
Sólo nos quedaba volver al convento y para disfrutar de un merecido descanso, sin embargo, pasamos un rato más con nuestra encantadora anfitriona y descubrimos que en el bar donde comimos trabaja la hermana de Mari, y que incluso la había llamado para que nos esperara. Son este tipo de cosas que hacen del Camino una de esas experiencias que no te dejan de sorprender y motivan a repetirlo.
Mi tercera jornada del Camino del Norte terminó con la mejor compañía y en el mejor lugar, mis niveles de motivación se encontraban en su nivel más alto y estaba ansioso por descubrir mis próximos destinos y encuentros. Si quieres descubrirlos también, estate atento a mis próximas entradas de mi Camino del Norte!